La solemne noche
se ha detenido delante de mí
y me abre su corazón extasiado de Dios.
Su sutil corazón me abraza
y me anima a proseguir mi sendero.
Las once de la noche han sonado
en mi tímido reloj. La arena del desierto
me abofetea la melena,
mientras mi madre musita
su pronta oración.
Mi canción danza en mi barriga,
y mi mente -saturada- extasiada está
de paz, de honda soledad,
de reflexión sin igual.