Madre, cómo quisiera
en cada abrazo tuyo
sentirme abrasado en amor divino
y que las flores que nacen de tus manos
florezcan en mi desierto prístino.
Mi exilio me fortalece
en el sueño sereno y fervoroso
de volver a mirar tu frente
y nutrirme con tus bendiciones,
mientras los idiomas me saturan
las sienes, los días y las noches.
Madre, ¿qué fue del abrazo pretérito
que retorna en cada atardecer
y me hace saludar al alba,
como lo hace la golondrina
que me susurra muy de mañana?
Madre …dime, ¿Dios es también madre?
¿Una madre tierna y cariñosa,
como tú, en la génesis de mi infancia?
pues … yo lo he sentido así
en cada rayo que el sol nos regala.