Hoy Señor
me ayudaste a recordar
y evocar inolvidables momentos,
instantes lúcidos que sólo Tú sabes,
si por mí vuelvan a pasar.
“La tarde está llorando”,
cierto día escribió el poeta
al ver del cielo sus lágrimas,
señal de la tristeza que le embargaba,
sus acertadas palabras así lo expresaban.
Mas en mí surgieron
sentimientos autobiográficos y pretéritos,
evocaciones de tierra y de montaña;
olor a hierba y césped mojados,
peregrinajes para labrar la tierra
en el seno de aquel monte,
mal llamado “la raya.”
Qué hermosos recuerdos
brotaron en mi alma campesina,
y cual cabritos retozones
se detuvieron en la cueva de mi corazón,
¡llevándome a re-vivir aquellos atardeceres
– oh, ¿cuántos habrán sido? – de lluvia y de sol!
Y me pregunto con hondura:
Señor ¿qué es la tarde y la lluvia?
signos son de tu gran amor,
el vestido impecable de la novia
que se engalana con resplandor.
La humanidad entera es por ti bendecida,
tú sigues pasando delante de ella,
y tan sólo con besarla suavemente,
impregnada la has dejado de tu belleza.
Una objeción sin embargo
ha entrado a mi pobre pecho
y melancólica ha dejado mi alma,
el contemplar del mundo su embotamiento,
él ha hecho de las riquezas “su dios posmoderno”,
¡las palabras baleadas han sido por las armas!
Pero hay otras armas más letales:
las de los verdugos de los más pobres,
las de los políticos rastreros y mega-corruptos,
hijos de perros y de ladrones.
Cuántos clamores llegan a ti oh Señor,
súplicas desesperadas de corazones heridos
por la soberbia y la avaricia de unos cuántos;
y yo…sin levantar la voz y sin hacer nada,
mientras “los pequeñitos de la tierra” (Mt 25,40)
deshechos humanos, posmodernas sombras,
van siendo excluidos… “a nadie le hacen falta”.