Tus ojos se abrieron
para mirar del pueblo humilde
sus lacerantes sufrimientos.
Tus manos, sanadoras,
dieron la vista al ciego
hicieron caminar al paralítico,
acariciaron al niño y al enfermo.
Tus palabras levantaban al decaído,
o bien, fulminaban al soberbio.
Jesús de Nazaret,
tu pueblo te menospreció
-sus mentes solo veían al artesano-
pero en Cafarnaum fuiste aclamado,
Betsaida, Tiberíades y el Lago de Genesaret
admiraron tus acciones y arroparon tus palabras
bañadas de parábolas calientes,
revestidas del Reino eterno
de Dios, el Compasivo,
el Dios de mañana,
el de hoy y el de ayer.